martes, 31 de enero de 2012

Memorias de un viaje de película. Parte II.

Como el viaje tomaría cerca de 45 minutos, decidimos dormir una siesta. La primera parada del mini bus fue en Puerto Varas. En medio de la semi inconsciencia pudimos observar una linda callecita de estilo alemán que pronto dejamos de ver, pues Morfeo se apoderó nuevamente de nosotras. Cuando abrimos los ojos esta vez, nos encontramos en un pueblo rodeado de árboles y pequeñas casas sureñas: Llanquihue. La señalética de las calles era  completamente de madera, con un tipo de letra ad hoc al estilo. El amable chofer del mini bus se detuvo en un paradero a recoger a muchas personas, gesto que provocó el atochamiento del vehículo. En realidad, el problema no fue la cantidad de personas que subió al bus, sino que justo delante de nosotras se tuvo que sentar una pareja de adolescentes pololos que eran bastante "expresivos". A ratos queríamos lanzarlos por la ventana.

La primera señal de que habíamos llegado a Frutillar Alto fue que en una parada se bajó mucha gente (incluso los pololos expresivos). La belleza del paisaje se apoderaba de todos nuestros sentidos. Pronto vimos el lago Llanquihue y el volcán Osorno. Preguntamos al chofer dónde se encontraba el Teatro del Lago, nos respondió amablemente y, luego, nos dejó a una cuadra de él. Nos bajamos muy agradecidas del tranquilo viaje, reflexionando cuán importante es el trato cordial en las relaciones humanas.

Como polillas que van hacia la luz, caminamos hacia el Teatro del Lago asombradas por su grandeza. Si bien arquitectónicamente no era lo que pensábamos, la inigualable belleza del paisaje hacía de él un verdadero espectáculo. Observamos la programación de conciertos y ninguno coincidía con nuestra estadía. Luego vimos una llamativa tienda en la que vendían objetos ligados a la música y la danza. Por supuesto entramos. Partimos con la vitrina musical, que exhibía lápices y gomas con diseños de partituras de los grandes de la música clásica: Mozart, Beethoven, Bach. En seguida nos movimos a la vitrina de las musas de las artes, unas pequeñas estatuillas de porcelana y cera en frío. Otros lugares de la tienda ofrecían ropa de ballet y algunos souvenirs encantadores. Con LM. decidimos llevarnos un pequeño lápiz de diseño musical para el recuerdo.

Salimos de la tienda e inmediatamente quisimos recorrer el Teatro por fuera. Dimos la vuelta apreciando la vista que teníamos del volcán Osorno y del lago Llanquihue, al tiempo que nos tomábamos fotos para recordar ese momento. Del otro lado del teatro, se podía bajar a la playa. L. nos invitó a la orilla del lago para que nos sentáramos un momento. Fue una excelente idea. Nos sentamos las tres amigas a contemplar el lago. El cielo relucía. Las golondrinas que rondaban el teatro comenzaron a dar una inigualable función, llena de destreza y velocidad. En seguida se unieron las gaviotas y, para entonces, nos sentíamos en una butaca natural apreciando aquel número artístico que tenía como telón de fondo lo mejor de la naturaleza de nuestro país.  Nos quedamos bastante tiempo ahí, sintiendo la naturaleza y en completa gratitud por lo que se nos estaba regalando.

Ya eran alrededor de las 19.00 hrs. y nuestros estómagos nos dieron la pauta para irnos. Dejamos atrás la playa y nos pusimos a caminar con el propósito de encontrar un lugar donde tomar onces. L. había declarado hace días su deseo de comer torta. No nos hizo falta caminar durante largo rato para encontrar un lugar, pues al poco andar nos topamos con un café restorant que tenía unas buenas promociones de torta con café o té. Tomamos asiento afuera. Lo mejor del lugar era la vista hacia el lago y el Teatro. Conversamos bastante rato de diversos temas, al tiempo que disfrutábamos de nuestra exquisita torta de bizcocho nuez acompañada de un té ceylan. Cuando el viento nos anunció que pasaba la hora, decidimos pagar la cuenta e irnos. Caminamos largo rato por la calle principal que bordea el lago. Pasamos a diversos talleres artesanales, pero nada nos llamó demasiada la atención como para comprarlo. Seguimos así hasta que llegamos al muelle, una estructura de madera, a mi parecer, muy elegante. Este escenario despertó en nosotras toda una faceta de modelos. Una foto de L. semi posada. Otra foto de LM. estudiada a la perfección, nada podía arruinar aquella sonrisa ensayada y aprobada. Luego, una foto mía. Y así comenzó la sesión que terminaría llamando la atención de otros turistas que paseaban por el muelle. ¡Este lugar sí que es perfecto! ¡A ver, sonríe! ¡El pelo hacia un lado! ¡No, el pie al otro lado! ¡Ordénate la chasquilla! ¡Vamos, ahí sí! ¡Preciosa! ¡Dame más, dame más! Entre medio de cada palabra y cada pose, ¡cada vez más risas! Hubo momentos en que no podíamos articular palabra de tanto que nos reíamos. Para qué decir cuando L. tuvo que tomar la foto de sus pies patiperros desde el muelle, en dirección al teatro. Fue un verdadero escándalo. Esta fue la imagen: L. encaramada en el borde del muelle, LM. sujetándole las piernas para que se vieran los pies en perfecta dirección al muelle y yo sosteniendo la espalda de L. para que no se cayera hacia atrás. Por supuesto estallamos en risas. De pronto, una joven pareja se acercó a nosotras para que les tomáramos una foto en el lugar en el que estábamos. Al parecer, era un lugar estratégico para que las fotos salieran de lo más naturales. La encargada de fotografiar fue L., por supuesto. LM. dirigía la estética de la foto y yo... eh, bueno, cuidaba las carteras. Luego de habernos tomado todas las fotografías que deseamos, continuamos nuestro camino.

Una música llegó a nuestros oídos mientras cruzábamos la calle. A lo lejos se divisaba una orquesta militar. En menos de tres minutos ya estaba frente a nosotras. Aquellos hombres perfectamente vestidos tocaban diversos instrumentos que sonaban en una marcha. Cada uno tenía un gorrito que terminaba en punta, de la cual emanaban  numerosos flecos rojos. "Al estilo peluca de Lady Gaga" dijo LM. Nuestra risa se hizo sentir en todos lados.

Muelle de Frutillar. Fotografía: Luisa Campos Ponce.

Ya se hacía tarde, así que decidimos caminar hasta el paradero del mini bus, que debía pasar en un par de minutos más. Y así fue, no obstante, no contábamos con que se repletaría de personas. No nos quedaba de otra que esperar el último mini bus de las 21.00 hrs. Una noticia poco grata, ya que tendríamos que esperar 45 minutos más. Resueltas a no darnos por vencidas, LM. y yo partimos en busca de un baño y, de camino, aprovecharíamos de buscar otra opción de transporte que nos llevara a Puerto Montt. La solución no tardó en llegar: un amable colectivero nos recomendó ir hasta el terminal de buses de Frutillar Alto, pues desde ahí salían buses cada 10 minutos hacia Puerto Montt. Sin pensarlo dos veces, LM. y yo nos subimos al colectivo y pasamos a buscar a L. que nos esperaba en el  paradero. Cuando dieron las 21.00 hrs. ya estábamos en Puerto Montt.

Abordamos un taxi que nos llevó a casa. Al llegar, tomamos onces en la cocina. M. nos entregó el resumen del proyecto del cual hablaríamos al otro día en la reunión de su equipo en la Universidad San Sebastián. Después de leerlo, nos quedamos charlando largo rato las tres. De fondo: Tracy Chapman. Esa noche recordamos viejas historias de amor. Fue una gran conversación. 

Pasada las 3.00 am. nos fuimos a la cama. 

El tercer día nos sorprendió con un hermoso sol. Nos levantamos atrasadas, con unos rostros de espanto por el trasnoche. La reunión sería a las 9.30 hrs. por lo que ya no alcanzábamos a desayunar. Nos vestimos muy lindas para la ocasión y partimos con M. hacia la universidad. Ahí nos recibió un grato equipo de varones. Minutos después, M. hizo el enlace con N. de la Universidad Las Palmas, en España. Sostuvimos una conversación de una hora y un poco más. Finalizada la lluvia de ideas, nos fuimos a la cafetería, bebimos Nescafé y fumamos cigarros continuando con la conversación iniciada en la reunión. Esta vez se incorporó aún más el humor. Agradecimos la invitación a los tres caballeros y  partimos destino a Angelmó. 

El amable-señor-colectivero nos dejó justo en el inicio de la feria del lugar. Entramos a cada uno de los puestos que ahí se encontraban con la finalidad de comprar souvenirs para nuestra gente. Ya habíamos recorrido casi toda la feria, cuando a L. le comenzó una jaqueca. Preocupadas por su salud, decidimos abandonar el lugar e irnos a los puestos de comida típicos de Angelmó. M. no tardó en llegar. Reunidos los cuatro mosqueteros nuevamente, nos fuimos a almorzar platos exquisitos. Tratando de decidir lo mejor para todos, votamos por ir a casa a dormir siesta y, luego, si L. se sentía mejor, ir a Puerto Varas. 

Pasada las 18.00 hrs. nos despertamos todos y emprendimos marcha. M. nos llevó por un camino interno bellísimo. Primero, visitamos un nuevo proyecto de baños montados en un bus que tiene un conocido de M. Luego, nos detuvimos en el Colegio San Francisco Javier, de los hermanos Jesuitas, realmente hermoso. 

Cuando llegamos a Puerto Varas ya eran las 20.00 hrs. Estacionamos el auto e inmediatamente quisimos buscar un lugar para comer. Antes de encontrarlo, dimos con la Expo Los Lagos 2012, una feria de PIMES en la que se podían encontrar diversos productos que bien podían ser comprados como souvenirs. Realizadas algunas compras, seguimos con nuestra búsqueda del lugar para comer. Finalmente, dimos con el Café Haussman. Nos atendió un guapo joven de nombre Emanuel, argentino de origen y casado con una chilena. Lástima por mi, pero así es la vida.  Como no había opción con Emanuel, decidí intentarlo con una Barros Luco como premio de consuelo. ¡Y vaya premio! No tenía más estómago para digerir ese pan gigante. Para qué decir los crudos exquisitos que comieron M. y LM. Y la hamburguesa casera con palta, más el jugo (cercano a pulpa/mermelada) de arándonos que pidió L. Fue un magnífico festín. 

Con nuestros estómagos felices, compramos las últimas cosas en la Expo y emprendimos caminata dirección al Casino de la ciudad. 


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