La última vez que estuve en el sur de Chile, específicamente en la Región de Los Lagos, fue por el año 1996, cuando viajamos con mi familia a ver a mi tía M. que en esa época vivía en el Fundo Mantilhue, en Entre Lagos. Los recuerdos que tengo de esa experiencia son muy gratos, inundados de imágenes de una naturaleza silvestre e impetuosa que desde chica me impactó muchísimo. Esas imágenes siempre me han acompañado, sobre todo cuando en períodos inquietos deseo evocar la paz.
Este año regresé a ese sur nostálgico de mi niñez, junto a dos grandes amigas. Sin ninguna expectativa, más que la de disfrutar junto a ellas, llegamos el miércoles 25 de enero. Ese fue el comienzo de una mágica experiencia que jamás podríamos imaginar.
La aventura partió cuando nos bajamos del avión y salimos a disfrutar el fresco aire que ya se hacía sentir en el aeropuerto. Pronto nos pasó a buscar M., hermano de LM., quien nos reveló inmediatamente su simpatía, ternura y hospitalidad. Escuchando a Ismael Serrano, partimos al centro de Puerto Montt. Fascinadas por la vegetación e impresionadas, al mismo tiempo, por la huella que dejaban los incendios forestales, no podíamos dejar de mirar por la ventana del auto. A ratos conversábamos de diversos asuntos y nos reíamos de otros.
Nuestra primera parada fue en Angelmó, pues deseábamos comprar los productos que prepararíamos para la cena. Asimismo, aprovechamos de pasear por una pequeña feria que se encontraba cerca de los puestos de mariscos.
Una vez obtenidas nuestras provisiones, emprendimos marcha hacia el supermercado para realizar las compras respectivas. Cuando la complicidad entre amigos es grande, el supermercado se puede convertir en el escenario perfecto para diversas performances: danzas casuales por los pasillos, mini dramatizaciones mientras sacamos los productos, karaokes fugaces al son de la canción que esté sonando, etc. Esos son los momentos que revelan que reírnos de nosotros mismos puede ser la mejor terapia para el alma.
Compradas las cosas necesarias para nuestros días, nos fuimos a la casa de M. Nos bastó llegar a la entrada de la casa para darnos cuenta de que nuestra estadía allí sería un gran regalo, no sólo por la belleza de ésta, sino por la calidez que nos transmitía. Inmediatamente nos pusimos manos a la obra en la cocina: M. comenzó a preparar los cebiches, LM. los mojitos, L. el pisco sour y yo a exprimir limones (junto con devorar ciertos alimentos que no mencionaré en esta ocasión). Mientras cocinábamos, LM. tuvo la magnífica idea de poner en la radio un cd de Tracy Chapman, quien, más adelante, nos acompañaría con su voz en mágicos momentos.
Una vez lista la cena, pasamos a la mesa dispuesta perfectamente. Brindamos por nosotros y la vida. Comenzamos a disfrutar de las delicias preparadas por M.: cebiche de salmón con maíz peruano (¿adivinen de dónde?), cebiche de erizo, vino blanco. Aún recuerdo el placer que nos provocaba cada una de las porciones que degustábamos. Sin lugar a dudas, un gran comienzo.
Aquella primera noche conversamos en la mesa mucho rato. Los temas fueron diversos, no obstante, hubo uno que nos llevaría a una experiencia jamás pensada para unas vacaciones: la educación. Claro, uno podría pensar que si se encuentran cuatro profesores en una casa lo más obvio es terminar conversando de ese tema, pero lo que nunca podríamos imaginar era que fruto de esa conversación se gestaría una reunión en la Universidad San Sebastián para conversar sobre la relación entre educación y desarrollo de habilidades blandas en escolares. Aceptamos muy contentas la invitación a la reunión que se llevaría a cabo en dos días más. Finalizada la conversación, nos fuimos a descansar. Aquella noche nos acostamos con la certeza de que lo mejor era no planificar nuestro itinerario, sino dejarnos sorprender por la vida. Y así lo hicimos.
Nuestro segundo día nos despertó con un radiante sol. Luego de desayunar, partimos a pie en dirección a las ferias artesanales que se encontraban en la Av. Diego Portales, en plena costanera. Durante la caminata nos tomamos numerosas fotografías, unas espontáneas y otras tantas posadas (las más de las veces). L. aprovechó de tomar la foto de sus pies patiperros con los (feos) enamorados, la escultura que se encuentra a la orilla de la costa, típica figura de la ciudad. De pronto, llegamos a la primera feria artesanal. Era un sector muy parecido al pueblito de Los Dominicos, distribuido en talleres de madera donde cada artesano ofrecía sus creaciones. LM. se compró un chalequito precioso, como si lo hubiesen tejido pensado en ella. Por mi parte me compré un gorro multicolor de lana de oveja (hago la salvedad porque al olerlo es mucho más evidente que es de oveja que al tacto, aunque igual pica). En nuestro paseo por la feria nos encontramos con diversas personas muy simpáticas todas, como nuestro amigo argentino, el curtidor de cuero de salmón, que con una mirada vivaz no perdía oportunidad de hacer reír a los paseantes. ¡Cómo olvidarlo!
Feria de Puerto Montt. Fotografía: Luisa Campos Ponce. |
Con mucha hambre decidimos abandonar la feria y emprendimos la marcha a casa. Al llegar no nos fue indiferente el exquisito aroma de pollo horneado que emanaba desde la cocina. En la mesa nos esperaba M. para almorzar. E. cocinó un pollo con puré espectacular que disfrutamos gustosos y complacidos. Mientras conversábamos, M. nos sugirió que podríamos visitar por el día Frutillar, ya que es un lindo lugar para pasar la tarde. Dicho esto nos paramos de la mesa y volvimos nuestra brújula camino al norte.
En menos de una hora ya nos encontrábamos dentro del mini bus camino a Frutillar. LM. estaba muy emocionada porque al fin podría conocer el Teatro del Lago.
maravilloso comienzo de viaje...
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