sábado, 26 de noviembre de 2016

Cuba

Cuba me regaló la sencillez,  me enseñó que para vivir feliz y contenta muy poco se necesita,  que el consumismo es una fatal ilusión imperialista que marchita el alma y que la única manera de progresar es desear y trabajar por el bien común.

A Cuba llegué con un sinfín de cosas,  cargando una mochila más grande que yo misma... alegoría de mi vida hasta entonces,  repleta de "cosas" inservibles que tapizaban mi esencia. A medida que los días pasaban y me daba cuenta de lo poco que necesitaba para moverme libremente,  no quise cargar más esa pesada mochila y comencé a regalar a diversas personas aquellos objetos que estimé podrían requerir: un secador de pelo,  zapatillas,  poleras, entre otros. A cambio, obtenía una bella sonrisa y una bendición de agradecimiento.  
Fue duro tomar conciencia de que vivía en la comodidad total de una ciudad en la que se obtiene "todo lo necesario para vivir", y que - inconsciente de la abundancia - te sigue invitando a obtener más. No fue nada de fácil comenzar a disfrutar,  al comienzo era una incomodidad constante, supongo que es el precio de salir de la zona de confort, pero luego entré en sintonía con la belleza y paz de la sencillez. 

Siempre la vida y  los viajes, condensados en menos tiempo, me demuestran que soy lenta en adaptarme a lo nuevo, pero una vez cómoda disfruto a concho todas las experiencias,  sobretodo  aquellas que irradian humanidad.

Ya van varios meses desde que conocí la belleza de Cuba y recién ahora me brotan palabras que puedan retratar,  en parte,  lo que significó esa experiencia en mi vida. 

Allá conocí también la valentía y solidez ética de muchas personas que han dado dignidad al pueblo cubano,  personas que lucharon con su vida por el sueño de la emancipación americana y que murieron por una causa común. Conocí la importancia que tiene la educación para las personas,  porque les podrán faltar muchas cosas, pero no los libros ni  la salud. Ellos bien saben que un pueblo educado no se deja engañar y que la clave del triunfo es la unión.

Estoy a pocos días de cumplir 30 y agradezco la oportunidad de llegar liviana a mi nueva vida que se inicia,  además,  con un cambio de casa. Un ciclo nuevo que, sin saber,  se gestaba en el silencio y la paz de la austeridad, cuando me vi declarando espontáneamente que bien podría vivir con sólo una mochila,  porque todo lo necesario lo porto dentro de mi. Y la inocente afirmación tomó cuerpo y se hizo realidad. 

La vida me quitó cosas para volverme más liviana y así emprender mi vuelo a la libertad que estoy aprendiendo a saborear. Agradezco a todas las personas que me han acompañado en el trayecto. Están en mi corazón.  Para siempre.

martes, 22 de noviembre de 2016

Corazón ausente

El amor se cansa de ausencias,
de largos silencios y de miradas sin pasión. Se cansa de búsquedas vanas, de falta de interés y de ambigüedad.

No hay corazón que corresponda al desamor, porque simplemente no estamos hechos para términos medios, ni para segundos lugares. Las relaciones a medias, templadas, terminan partiéndonos en dos y congelan nuestro corazón hasta convertirlo en roca.

Nuestra sangre es un torrente que busca, al igual que un río, desembocar en la inmensidad del océano; asimismo, nuestro corazón busca un halo de eternidad en un amor intenso y prometedor, de ahí que los "peros" y las excusas tengan el dejo amargo de lo perecedero.

La ausencia cala en los huesos hasta formar heridas que no cierran por la inconsciencia de quien las produce. No se puede engañar al corazón que palpita al ritmo del misterio, este sabe qué historias y momentos son para él. Sabe qué miradas atraviesan los ojos y calan hasta el fondo. Sabe también qué acciones lo encaminan directo a la felicidad o a la desdicha, pero la mente se interpone para explicar muchas veces lo inexplicable, para dar razones que calman temporalmente lo que el mismo tiempo se encarga de revelar.

Nuestra mente juega con las interpretaciones de los hechos para calmar temporalmente un dolor que tarde o temprano llegará; buscamos justificar aquello que nos perturba por miedo a la soledad,  por miedo de encontrarnos frente a nosotros mismos. Nos engañamos y externalizamos las culpas y responsabilidades, nos negamos a ver aquello que siempre ha sido evidente, pero que escondemos tras argumentos coherentes y tranquilizadores, porque la verdad parece perturbadora e insoportable.

Sólo cuando cruzamos del otro lado,  de la vereda del desamor, nos damos cuenta de que en el fondo de nosotros está nuestro ser más auténtico y verdadero,  sin máscaras,  así tal cual somos. Se acabaron los engaños. Desde la otra vereda todo parece nuevo y sorprendente, la libertad toma su lugar y el miedo desaparece.