martes, 25 de febrero de 2014

El ocaso del día




[Virgínea luna, así
es la vida mortal] 
       Y tú ciertamente comprendes  
el porqué de las cosas y ves el fruto
de la mañana, de la noche,
del callado, infinito, andar del tiempo.
Tú ciertamente sabes a qué dulce amor
ríe la primavera,
a quién ayuda el ardor, y qué consigue
el invierno con sus hielos.
Leopardi.

Ayer amanecí y me dolía el corazón. En un comienzo no me extrañé, pues generalmente tiendo a ser algo hipocondríaca y si no me duele la guata, me duele la cabeza, el útero o cualquier parte de mi cuerpo. Sin embargo, este era un dolor diferente, era como si una puntada se me hubiera instalado de forma permanente en el lado izquierdo de mi cuerpo, una puntada que me cortaba a ratos la respiración y que me hacía caminar con dificultad. "Qué extraño" me dije. Quise recordar si alguna vez había sentido algo parecido y no pude hallar nada en mi memoria. Fue difícil ponerme en pie, pues el dolor no se iba. Traté de hacer mi día de forma normal, pero luego de la puntada comencé a sentir otros síntomas: se me puso un nudo en la garganta, también sentí mis ojos hinchados como si fueran a explotar, me dolía la espalda, las manos, las piernas. Ah, el pelo, por cierto. (¿Puede doler el pelo?). Fui al baño para mirarme al espejo y no sé si fue mi imaginación, pero me vi pálida, los labios a penas tenían color, me temblaba el cuerpo. "¿Qué me pasa?". Seguí observándome en busca de alguna respuesta. Me retiré del baño y solo deseaba dormir profundamente, como si quisiera despertar y darme cuenta de que todo este dolor había sido un sueño. Pero no, ahí seguía el dolor y no se iba. Tampoco conseguí dormir. "Quizá si tengo paciencia esto se vaya".

Salí a caminar, ya que generalmente eso me calma. Mientras daba pasos errantes, recordé que hace bastante tiempo mi corazón se sentía feliz, nuevo y fresco, como si una suave brisa lo hubiera refrescado en un tiempo infinito. Ya no tengo certeza plena de por qué acontecía esto, simplemente allí estaba esa felicidad, que me hacía dar pasos ligeros y sonreír constantemente.

De pronto, volteé mi vista hacia unas viejas murallas callejeras y en ellas vi escrita una palabra que quedó resonando en mi mente: "Amor". Y el corazón se me apretó. "Sí, claro, cómo olvidarlo". Recordé que algún doctor de mi infancia me lo advirtió: "Puede ser que en algún momento de tu vida el corazón te duela por amor, pero no te alarmes, eso es parte de estar vivo". Y seguí caminando.

Cuando regresé a casa, ya me sentía más serena. Me preparé una taza de té de frambuesa y salí al balcón a ver el atardecer. Aunque el dolor en mi corazón seguía allí, me sentí muy agradecida de poder experimentar la alegría de estar viva. ¿Extraño, no? ¿Cómo puede ser que me sienta alegre y triste a la vez? Alegre de estar viva y de poder ver un atardecer y triste, al mismo tiempo, porque algo me falta de lo que ya tenía. En seguida intuí que no podría tener todas las respuestas ahora, por ello, me acomodé en una silla, me cubrí con una frazada, tomé la taza de té y observé el espectáculo del ocaso del día.