martes, 14 de febrero de 2012

Transformando

 El Otoño. Giuseppe Arcimboldo

Sentada en la jardinera, fumando un cigarrillo, he observado los árboles, las plantas, las hojas. Quizá en otro momento hubiera entristecido al ver que muchas de ellas ya están teñidas de amarillo. Sin embargo, hoy he observado su ritmo, sin juicio alguno, y me han parecido maravillosas. Están cambiando, se están transformando. Las hormigas también lo anuncian: el verano avanza y el otoño lo alcanza. Así es, nada escapa de la ley universal.

jueves, 9 de febrero de 2012

Las casitas del barrio alto


Hace dos días pensaba justamente en este tema. Por supuesto, Víctor Jara lo dice con mucha más poesía... ¡Qué gran pensador y cantautor fue! Con todo mi respeto, dejo este video en el que dice y canta un par de verdades.


¡Ah! Y por favor, abra el link y escuche el video completo... No le vaya a pasar que piense - como un tal señor D. - que Víctor se inspira en el tema "Little Boxes" interpretado por Pete Seeger sin reconocerlo. ¡Hayase visto tal cosa!  

martes, 7 de febrero de 2012

Espectadores



Damián fue presa de una emoción que nunca antes había experimentado. Las luces, los sonidos, los cuerpos, los colores, los movimientos eran algo nuevo para él. Sin querer perder un minuto de vista el espectáculo, el joven miró de reojo a su abuelo, Don Antonio, quien lo había invitado al teatro a ver esa obra de danza. El joven se preguntaba cuál sería el propósito que tuvo para llevarlo a ese lugar.

El espectáculo continuaba y Damián seguía absorto por la danza que impregnaba sus sentidos. Pensaba en todas las noches en que se había dormido imaginando encontrarse exactamente en el lugar en el que ahora estaba. Luego, recordó el patio trasero de su casa en el que tempranamente, con a penas cinco años, ensayaba coreografías que él mismo creaba.

De pronto, la música dejó de sonar, el escenario ennegreció y una luz tenue iluminó la silueta de un bailarín, quien comenzó a mover su cuerpo al ritmo del silencio. El joven sintió que su corazón iba a estallar de la emoción. A su vez, Don Antonio pensaba en que eso era todo lo que él había soñado en su vida. Miraba al bailarín sobre el escenario y recordaba con nostalgia que él nunca pudo bailar por los prejuicios que existían en su época. Al viejo se le llenaron los ojos de lágrimas.

Damián se volteó para mirar a su abuelo. Joven y viejo se encontraron. Sus miradas dijeron más que cualquier palabra. Damián sentía un profundo sentimiento de agradecimiento hacia su abuelo, pues ahora entendía que esa invitación no había sido casual, sino un impulso para hacer de él lo que llevaba impreso en el alma. La danza sería su vida.

Así fue como el nieto y el abuelo permanecieron ahí, sentados en completa quietud, unidos por la emoción de un instante único que siempre recordarían.

domingo, 5 de febrero de 2012

Memorias de un viaje de película. Parte IV y final.


Me desperté al sentir a LM. levantarse y vestirse rápidamente. "Me quedé dormida" me dijo. "Todavía alcanzo a ir a misa". Yo no sabía bien qué pasaba, aún tenía un poco de sueño. Seguí acostada hasta que sentí que L. salía del baño. Me asomé por la ventana, corría bastante viento con lluvia. Escuché que abajo M. le dijo a LM. que él la iba a dejar a la iglesia. 

Con la calma que me caracteriza, escogí la ropa que me pondría ese día de lluvia; luego, me duché y perfumé. Bajé a tomar desayuno. L. ya había comido, así que estaba en el netbook. Me preparó una tasa de té mientras yo cortaba un trozo del kuchen de frambuesa que compramos el día anterior. ¡Estaba increíble! Muy fresco y sabroso. Terminaba de tomar desayuno cuando llegó a la cocina MJ., hijo de M. y sobrino de LM. M. ya nos había dicho que su hijo regresaría de Viña del Mar a hacer su práctica. Nos saludamos y él siguió su camino hacia el lavaplatos. Comentamos unos asuntos con L. De pronto, sentí el timbre; fui a abrir la puerta: era LM. que ya había llegado de misa. "Tan pronto llegaste" le dije. "Sí, una hora duró la misa. A ratos estaba así" e hizo un gesto de sueño. Entramos a casa riendo. 

Reunidos todos en la cocina, comenzamos a realizar los preparativos para el almuerzo. M. nos había dicho que cuando llegara MJ. cocinaría bifé de chorizo con tocino. El día anterior ya habíamos comprado algunas cosas en el super, pues nosotras, además, quisimos que el bifé fuera a lo pobre con papas duquesas. Como faltaban algunas verduras, MJ., LM. y yo las fuimos a comprar. 

En la veguita, compramos limones, palta, duraznos, uvas y un melón calameño. MJ. compró las bebidas.

Una vez en casa, M. tenía todo preparado, listo para cocinar. Le pedimos que esperara una hora, pues aún no teníamos hambre. Él no se mostró muy de acuerdo, pero qué diablos, era minoría. Mientras conversábamos, a MJ. se le ocurrió que podía realizar un pequeño picadillo. Sirvió maní en un plato y a cada uno le ofreció algo de beber. Cuando fue mi turno, con mucha soltura y con una inocencia particular me dijo: "¿y tú ardilla?" (este es el sobrenombre que LM. me acuñó luego de dos anécdotas). La risa de L., LM. y yo se hizo sentir de inmediato. Fue como si mi nombre hubiera sido ardilla. "Pero si así te llaman todos desde que llegué" dijo. Y tenía razón, me llamaban "ardilla" o "ardi". Le pedí una Coca cola aún en medio de la risa.

M. sintió que ya habíamos esperado lo suficiente, así que comenzó a cocinar el bifé. Por su parte, MJ. puso las papas duquesas en el horno y se encargó de preparar la ensalada de lechuga con palta. L. preparó la ensalada de tomate. No recuerdo exactamente qué hicimos LM. y yo. Parece que conversábamos... en mi caso, lo mejor que sé hacer hasta ahora.

El aroma que salía de la cocina era dionisíaco. No hay palabras para describir la mixtura de aromas que emanaban de las ollas y del horno. Aún se me hace agua la boca cuando lo recuerdo.

Comenzaron a salir los platos y una vez que estuvieron todos listos, nos sentamos a la mesa. Cada uno estaba totalmente extasiado con los sabores diversos de la comida, realmente M. se lució como cocinero. Para beber había vino y bebida. Disfrutamos muchísimo el almuerzo.

En medio del festín, se gestó una conversación muy interesante. Hablamos de diversos temas, de los cuales MJ. protagonizó varios, pues, como pudimos apreciar, es un hombre bastante inquieto y reflexivo. Aprovechamos el pie de la conversación para planificar el resto de nuestro día. M. nos había dicho que podíamos visitar una parte de la carretera austral, así que le cobramos la palabra. A penas terminamos de comer, nos paramos de la mesa inmediatamente.

Salimos en medio de la lluvia. M. tomó el camino de la costanera y pudimos apreciar los cuatro cruceros que  habían llegado a la bahía de Puerto Montt. M. le insistió a L. para que tomara una foto.

Seguimos el camino por la costanera; pasamos por Pelluco y por otros lugares cuyos nombres no recuerdo.

El camino que comenzamos a recorrer era hermoso. A un lado el mar y, al otro, cerro y bosque. Todo lo que había alrededor era naturaleza silvestre; una que otra casa adornaba el entorno. En medio de ese paisaje, las fantasías que alguna vez imaginé cuando pequeña vinieron a mí: bosques, hadas, seres que habitan en las aguas, en los troncos, gnomos, etc. No pude evitar imaginar cómo sería mi vida en ese lugar.

Recorrimos un buen trecho hasta llegar a una localidad llamada Mitri, ahí nos devolvimos. Pasamos a una feria costumbrista que la junta de vecinos de ese lugar había organizado. Pudimos apreciar diversas comidas. El barro a ratos dificultaba el paso, pero seguíamos. De pronto, mientras caminábamos, dimos con los baños móviles que M. nos había mostrado hace dos días. Lo miramos con cara de sorpresa al tiempo que le dijimos: "¡Eso era! ¡Lo tenías todo fríamente calculado! ¡No das puntada sin hilo! Nos dio mucha risa, porque nos dimos cuenta de que hasta eso M. lo había pensado. Creo que nos sorprendimos de su rapidez mental. Terminamos de recorrer la feria y nos fuimos.

La carretera de regreso era aún más atractiva, ya que pasar dos veces por  el mismo lugar permite ver otros detalles del paisaje. Esta vez M. se desvío por un camino desconocido para nosotras; era un camino estrecho rodeado de árboles a los costados. Unos perros nos ladraron como si hubieran anunciado nuestra llegada.  M. detuvo el jeep frente a dos casas; su intención era visitar a unas personas para obtener firmas para el señor candidato a alcalde, pero no había nadie, así que tuvimos que marcharnos.

Fotografía: Luisa Campos Ponce.


No volvimos a tomar la carretera, sino que nos internamos por un camino que nos condujo al lugar más bello que he visto en mi vida hasta ahora: rodeada de colina boscosa, se situaba una lagunilla formada por agua del mar que estaba próximo a ella. Nos bajamos inmediatamente para contemplar la belleza del lugar. A penas se escuchaban unos pajarillos; el resto era silencio. Cerca de la orilla se encontraba un bote, nos subimos a él para sacarnos fotos.

Me aparté un momento para guardar ese instante en mi memoria y para escuchar detenidamente los sonidos que emergían de la naturaleza. Cerré los ojos y respiré profundamente. El viento me acariciaba el rostro y el canto de los pájaros sonaba en mis oídos como una tierna melodía. Hubiera querido permanecer así durante mucho tiempo, realmente quería ser parte de esa naturaleza. No sé cómo explicarlo. Mi sensación era de querer fundirme con ella y, de pronto, fui presa de una gran emoción.

Salí de aquel estado de contemplación cuando escuché que L. me llamaba. Ella estaba junto a M. y a LM. cerca del jeep; en cambio, MJ. estaba apoyado en el bote y yo cerca de la laguna. L. me dijo que posara junto a MJ. para una foto, y así lo hicimos. En seguida, me fui a otro lado de la laguna, pues allí se encontraba LM. lanzando piedras al agua. L. también llegó hacia nosotras y las tres comenzamos a lanzar piedras al mismo tiempo para que las ondas de agua se juntaran. Así estuvimos un buen rato hasta que M. nos llamó para que nos fuéramos. Como cábala para volver al lugar, LM. y yo lanzamos piedras de espalda a la laguna con la seria convicción de que volveremos. 

El lugar más bello. Fotografía: Luisa Campos Ponce.


Nos subimos al jeep y partimos. Regresamos a la casa de los conocidos de M., pues ya habían llegado. Ellos amablemente insistieron para que entráramos a su casa a beber café y nosotros accedimos. Nos sentamos en una mesa situada en el ala de que tenía vista al mar. Realmente la casa, construida sólo de madera con troncos de alerce al aire, era bellísima y más con la vista que tenía. Disfrutamos el café en torno a una interesante conversación con los dueños de casa. Paula, la esposa del amigo de M., nos contó sobre su experiencia profesional en la zona, lo que nos pareció demasiado interesante y motivador. Ya había pasado cerca de una hora, así que decidimos emprender marcha. Nos despedimos de las personas agradeciendo su generosidad y nos fuimos.

Cuando llegamos a Puerto Montt, MJ. nos preguntó si queríamos conocer un lugar místico. Evidentemente nosotras aceptamos, pues, además, era la hora de la puesta de sol. MJ. nos condujo hacia un cerro desde el cual se podía observar toda la ciudad. Claramente era un lugar místico. Me hubiera gustado tener en ese momento un cojín para sentarme durante horas a observar la lejanía del mar, pero como no era posible, guardé la imagen en el álbum de mis recuerdos. M. nos contó algunos episodios de su juventud, a propósito del lugar en el que estábamos; nos reímos bastante. 

Antes de irnos, LM. y yo nos quedamos en silencio para sentir la naturaleza. Permanecimos así por unos minutos y luego nos encaminamos al auto. En el camino reflexionamos sobre la importancia de vivir el presente desde todos los sentidos. 

Durante el almuerzo habíamos decidido que para cenar compraríamos sushi, así que del lugar místico nos fuimos a un delivery. Nos bajamos con la idea de cenar en el lugar, pero M. tuvo la buena idea de que mejor pidiéramos para llevar, pues estaríamos más cómodos en casa. 

Compramos bastantes rolls y nos fuimos. Al llegar a casa, pusimos la mesa y comenzamos a disfrutar de los rolls más gigantes y desarmados que podríamos haber comprado; era imposible llevárselos completamente a la boca sin que se partieran. Por supuesto, nos ocurrieron ciertos chascarros que nos hicieron reír largo rato. Fue una excelente velada.

Sabíamos que esa noche nos quedaríamos conversando hasta tarde, pues ahora contábamos con la presencia de MJ., y aunque al día siguiente teníamos que estar a las 12.00 pm. en el aeropuerto, nada nos inquietó esa noche. Conversamos temas muy interesantes. Me gustó mucho escuchar la opinión de todos, ya que dentro de la variedad, tenía un trasfondo muy social. Además, la lluvia y la música de ¡Tracy Chapman! le imprimían un aire muy de película a ese momento (ok. Tal vez en mi mente cinematográfica era así, pero ya saben… no puedo escapar de mi imaginación).

A las 3 am. decidimos que era buena hora para ir a dormir. Procuramos dejar arregladas las maletas para no tener inconvenientes al otro día. LM. y yo nos acostamos tipo 4.30 am., pero no conseguimos dormir hasta pasadas las cinco, ya que seguimos conversando y comentando nuestro día. Como de costumbre, LM. abrió un poco la ventana para escuchar el sonido de la lluvia. Esta vez ambas, en silencio, escuchamos de forma intensa, pues sabíamos que era la última noche de nuestro viaje.

Nos despertamos a las 10 am. La idea era esperar a M. listas cuando nos pasara a buscar. Nos duchamos, vestimos y desayunamos los últimos trozos del kuchen de  miga de frambuesa. Luego, aprovechamos de fumar un último cigarro en el quincho del patio, observando la lluvia. Sólo faltaban 20 min. para que M. pasara por nosotras, así que cada una, terminado el cigarro, se alistó e hizo los últimos arreglos.

Al fin, M. llegó. Las tres nos despedimos de E. y de MJ. Yo fui también donde las perritas Luna y Lunita, ya que no podía dejar de acariciarlas por última vez.

Así fue como en medio de la lluvia abandonamos Puerto Montt y nos encaminamos al aeropuerto. En el auto programé desde mi celular a Los Beatles, bajo una necesidad imperiosa de frenar la nostalgia que me provoca siempre dejar un lugar y personas que han despertado mi cariño.

En la entrada del aeropuerto nos despedimos cariñosamente de M. y le agradecimos infinitamente su hospitalidad, generosidad y simpatía. Le prometimos que cuando llegue a vivir a Santiago iremos al Mesón Nerudiano (o ¿Mesón de Juliano?).

Dentro del aeropuerto hicimos la fila para pasar nuestras maletas. Estábamos aún en la cola cuando se nos acerca una chica a decirnos que nos situáramos en una fila más expedita. Pasamos nuestras maletas sin ningún problema. A las 12.10 hrs. teníamos que estar en la puerta, así que con todo el relajo del mundo, fuimos a mirar una tienda y, luego, fumamos unos cigarros afuera del aeropuerto. De pronto, LM. tuvo la gran ocurrencia de preguntar la hora. Miré mi celular y marcaba las ¡12.40! “¡Oh, no!” dijimos al unísono y salimos corriendo. El avión salía en 10 min. No supimos cómo no nos dimos cuenta de la hora; parece que aún éramos presa de un relajo único. Embarcamos casi de las últimas. Esta vez yo me fui a la ventana, L. al medio y LM. al pasillo. Antes de que el avión partiera LM. nos entregó un obsequio a L. y a  mí. Las dos muy emocionadas agradecimos el gesto y abrimos nuestras bellas bolsitas de papel, que contenían: una hermosa postal plegable de Frutillar; un original imán de pingüino que decía “Puerto Montt”; para L. una mini polera de la zona y para mi unos bellos aros de macramé en tonos rosa. Agradecimos nuevamente a LM. el lindo recuerdo y nos abrochamos nuestros cinturones. El avión se elevó en el cielo.

Las tres sacamos nuestros libros para leer. A ratos compartíamos algunos pasajes que nos llamaban la atención, nos mirábamos emocionadas y retornábamos a la lectura. En ocasiones me gustaba mirar las nubes;  imaginaba que el paraíso debería ser algo muy similar a lo que vivimos esos cinco días en Puerto Montt: días de bellos encuentros, inundados de poesía, misticismo y  amistad. Cerré los ojos y agradecí a Dios por aquel regalo; luego, miré a mis amigas y, en medio de la paz única que se siente cuando se está en armonía con la vida, volví a la lectura. 

jueves, 2 de febrero de 2012

Memorias de un viaje de película. Parte III

A penas cruzamos el umbral de la puerta del casino, nos llamó la atención una ruleta. Yo jamás había jugado así que sólo seguí a los expertos. Comenzamos con pequeñas apuestas. LM. y L. inmediatamente ganaron. M. y yo no. Bueno, seguimos, total así es el juego. De pronto, gané una pequeña cantidad (algo es algo) hasta que lo perdí. Nos fuimos los cuatro hacia otro sector, pues al parecer la ruleta no era nuestra ese día. M. se encontró con un colega amigo y se puso a conversar. L. y yo nos fuimos a una máquina tragamonedas. LM. hizo lo mismo, pero a otro sector. L. ganó una cantidad de dinero. Yo, temiendo correr la misma mala suerte de siempre, comencé a jugar con el objetivo de recuperar el dinero que había perdido en la ruleta. Primer intento: game over, segundo intento: game over, tercer intento: game over, hasta que, de pronto, ¡gané cinco mil pesos! Un tesoro a esas alturas. Feliz por haber recuperado lo que perdí en la ruleta, abandoné la máquina. "Hay que saber cuando retirarse" me dije. Ojalá hubiera aplicado el mismo principio diez minutos después.

Me separé de L. y comencé a recorrer el casino sola, hasta que en una máquina vi sentada a LM. Llevaba 20 mil pesos ganados. La miré con cara de pregunta y ella a mi cara de sorpresa. "No entiendo nada de lo que pasa. Le puse dos lucas y de pronto comencé a ganar" me dijo. Esa era su noche. Mire a una mujer que estaba sentada al lado de LM. y llevaba 80 mil ganados. Luego, veo a otro tipo en las mismas máquinas y llevaba ¡150 lucas! Al lado de él había una máquina vacía, así que no lo pensé dos veces y me senté con la convicción de que si todos ganaban, cómo no lo iba a hacer yo. Le puse 10 mil pesos. "Sólo hasta ocho mil, si no gano me retiro". Al comienzo gané, pero luego, comencé a perder. Se apoderó de mi una extraña obsesión. Me decía a mi misma que podría ganar. De pronto, se fueron los 10 mil. Mire a mi alrededor y todos seguían ganando. Le pregunté a M., que había llegado cerca de nosotras, si debería seguir. Él me dijo "dale no más". Así lo hice. Le puse a la máquina diez mil pesos más. Esta vez, el tipo de las 200 lucas comenzó a ayudarme. Me dio muchos consejos para ganar. Me dije "si este tipo anda con esa suerte, me la contagiará". Que absurda se puede llegar a ser cuando se quiere ganar a toda costa. Perdí los 10 mil. No me quedaba más plata. De pronto, el tipo de al lado se fue con las 200 lucas, lo que me pareció una esperanza "¿Y si trato de ganar en su máquina? le pregunté a mi consciencia. Fui al cajero y saqué 7 mil. Llevada por una fuerza extraña me senté en la máquina del tipo y comencé a jugar. En menos de 15 minutos había vuelto a perder. ¡No puede ser! Fue como despertar de un sueño amargo. Vi a mi alrededor y la mujer de al lado seguía ganando. LM. también. Tomé mi ticket por 180 pesos y me paré de la silla con un cargo de consciencia enorme que, pasado los minutos, se transformó en amargura. "No supe cuando retirarme" me recriminé. La lección de esa noche fue justamente esa, saber cuando parar. 

Visité a LM. en su máquina unas tres veces, para no llevarle mi mala suerte, y cada vez ganaba más. Me fui a conversar con el amigo de M. y con L. a la barra. No podía prestar atención a la conversación, ya que mi estado de amargura me superaba. Pasó como una hora y llegó LM. con M. Ella nos dijo que M. había pulsado el botón "cobrar" de su máquina. Nosotras en un tono de recriminación le preguntamos a M. por qué le había hecho eso a nuestra amiga. Él nos respondió que lo hizo para que LM., su hermana, no perdiera. Pero LM. sabía que esa noche podría haber ganado más dinero. 

Con los triunfos y las derrotas nos fuimos al auto. Estábamos contentas porque LM. había ganado 30 veces lo que había puesto en la máquina. Reflexionamos sobre el buen negocio de un casino y como hay ciertos asuntos que sólo los resuelve la suerte. 

Al llegar a casa, L. y LM. se sentaron a conversar. Yo me fui al computador a ver videos de danza árabe. L. sabía que algo me pasaba, pero respetó mi silencio y no me preguntó mayormente. Algunos indicios de mi molestia le di más tarde. 

Esa noche nos fuimos a dormir. Durante la madrugada comenzó a llover. 

Al despertar en la mañana, notamos que estaba muy nublado y que todo indicaba que seguiría lloviendo. Como ya habíamos descartado que no iríamos a Chiloé, no teníamos nada pensado para ese día sábado. Durante el desayuno, M. nos dijo que había invitado a unos amigos a su casa para el almuerzo y que E. cocinaría curanto con milcao y chapalele. Nos pareció más que atractiva la idea de quedarnos. Faltaban ciertas cosas que comprar en el supermercado, así que M., LM. y yo nos encargamos de eso. L. se quedó en la casa colaborando con E. 

Nuestras compras en el super tuvieron el mismo tinte dramatizado que el primer día. Parece que algo ocurre en ese espacio de compras que invita a la liviandad. Compramos vino, verduras, leche, entre otros productos. Con las compras listas nos fuimos a la casa.

Los amigos de M. ya habían llegado. E. tenía listo el curanto con el milcao y el chapalele. Los vinos estaban puestos en la mesa. Antes de sentarnos nos tomamos algunas fotos. Comenzamos a comer. ¡Que cosa más rica el curanto! Disfrutamos cada una de las delicias preparadas. Para qué decir cómo estaba el caldillo . Inolvidable. Antes de terminar de comer llegó a la casa el invitado de M. que faltaba: un señor que se postularía como alcalde de Puerto Montt. Conversamos un rato con él. Al parecer, su visita se relacionaba con unas firmas que debía obtener para su candidatura. M. solidariamente se ofreció a ayudarlo con la recolección de firmas. Después de un rato el señor se fue y M. decidió que el también lo haría pues tenía hora en la peluquería. De este modo, las tres nos quedamos solas en la casa.


Curanto preparado por E. Fotografía: Luisa Campos Ponce.

El curanto no tardó en hacer efecto. Comenzamos a sentir mucho sueño, por ello, L. y yo decidimos ir a dormir siesta. LM. se quedó viendo televisión en la habitación de M.

Pasaron aproximadamente dos horas y nos despertamos. Con LM. teníamos la seria intención de ir a visitar la librería Sotavento que quedaba en pleno centro; ella nos había dicho que era un lugar de ensueño y con muy buenas ofertas por lo demás. A esas alturas de la tarde, M. ya había llegado a casa y se quejó de que no lo invitábamos a nuestros panoramas. Nosotras, con mucha ternura, le dijimos que por supuesto él estaba invitado, es más, decidimos que después de la librería lo invitaríamos a tomar onces a un rico lugar. Con esa idea en mente partimos los cuatro al centro. Llovía bastante, así que nos abrigamos para la ocasión.

Al entrar a la librería, ricamente perfumada, capturó nuestra atención un mesón con libros en oferta. L. y yo comenzamos a hurgar, mientras LM. se fue al sector de artes. M., por su parte, conversaba con la dueña de la librería, conocida suya. Estuvimos más de media hora explorando aquel lugar que, para tres amigas lectoras, puede ser un paraíso. Después de media hora M. comenzó a presionarnos, pues la dueña debía cerrar. Después de ver muchos libros, LM. decidió llevar uno llamado El código secreto, sobre la proporción áurea en las artes y la ciencia; L.una antología de Pablo Neruda de la editorial Alfaguara, a un excelente precio; y yo, Mi vida, una autobiografía de Isadora Duncan. LM. me había dicho la noche anterior que me regalaría un libro para que no sintiera tanto la pérdida de la plata en el casino. A pesar de que yo sentía que no era necesario, pues uno debe aprender de ciertas experiencias, acepté muy agradecida el regalo. Felices las tres por nuestros nuevos libros, nos fuimos de la tienda.

Cruzamos la calle para dejar los libros al auto y nos fuimos a un café que M. conocía. Era el lugar que buscábamos. Ofrecía deliciosas tortas, kuchen, tartas, strudel, etc. Emocionadas, nos sentamos en una mesa que M. había encontrado, cuya vista daba hacia la costanera. L. pidió un jugo de piña con una tarta de frambuesas; LM. un jugo de piña con una tarta de frutillas; M. un jugo de mango con una torta de hojarasca frutilla crema; y yo, un chocolate con un strudel caliente con helado de vainilla. O sea, fue una once de reyes  y reinas.

Ya estábamos terminando de comer, cuando en frente se estaciona una camioneta blanca y de ella baja un hombre muy guapo. Era pálido de rostro, con una frondosa barba color castaño claro, del mismo tono que sus cabellos. Llevaba un pantalón rojo y un polar verde. Las tres nos miramos adivinando a qué lugar se dirigiría el joven buen mozo. Nuestra sorpresa fue grande cuando, luego de acomodar unas cajas, cruzó la calle en dirección al café. "Juan Pablo" lo llamó unas de las chicas que estaba en la vitrina de dulces. Él entró a la cocina. Lo perdimos de vista. Todo indicaba que la suerte, nuevamente, no estaba de mi lado. Por ello, mejor decidimos comprar un kuchen de miga de frambuesa, ya que algo nos decía que con él no nos equivocaríamos. Retornamos a la mesa a ponernos nuestras chaquetas, pues llovía bastante. Salimos del café aún saboreando la once que habíamos tomado.

En el café. Fotografía: Carmen G. Salas Jara.

Al llegar a casa, como de costumbre -desde que asumí arbitrariamente el cuidado de las perritas samoyedos de M., Luna y Lunita-, les di de comer su porción de alimento multivitamínico. Aproveché de jugar un rato con ellas y de regalonearlas. Me gustaba mucho acariciarlas, pues se entregaban fácilmente, sin ningún recelo. Cuando consideré que quedaron bien y que ya comenzaba a correr el riesgo de llenarme de "nuestras pequeñas amigas", entré a la cocina.

La noche lluviosa se prestaba para comenzar a leer nuestros libros. Las tres nos sentamos en la mesa de la cocina a compartir dos de nuestras pasiones: la lectura y la música. LM. y yo leímos fragmentos de nuestros libros, mientras L. nos leía las letras de las canciones que escuchábamos desde el netbook. Ya habíamos conversado la posibilidad de ver un documental de Mercedes Sosa, el último que grabara en vida con otros artistas, y como la noche se prestaba para ello LM. nos dijo que a las 22.15 hrs. comenzaríamos a verlo.

Llegada la hora, preparamos el living y un picadillo para  amenizar el video. LM. dio una bella e inspiradora introducción. Comenzó el video. Las emociones experimentadas en ese momento quedarán en lo más profundo de nuestros corazones. Cuánta pasión y sentimiento  nos pudo traspasar esa mujer, una bendición para Latinoamérica y todo el mundo. El documental ya había avanzado bastante cuando M. llegó a verlo con nosotras. También se emocionó mucho.

Cuando concluyó el documental, LM. fue en busca de más Late Harvest,  ya que la ocasión ameritaba una buena charla sobre nuestras opiniones. Fue así como comenzó otra de nuestras largas conversaciones nocturnas, acompañadas de la mejor música de Tracy Chapman. Esta vez nuestro desafío fue mayor, ya que decidimos comenzar a comprender el inglés, por ello nos concentramos muchísimo en algunas canciones para comenzar a traducirlas. Hubo buenos intentos, como con The Promise y I'm ready, pero con el resto, al parecer, nos pilló nuestro escaso manejo de vocabulario.

Cuando ya eran las 4 am. decidimos que lo mejor era dormir. Cada una pasó al baño para lavarse los dientes. Esta vez pasé yo de las últimas. Mientras me lavaba, grande fue mi sorpresa cuando en el lugar donde se dejan los cepillos hallé una ¡estalactita! Entre mi risa contenida llamé a LM., quien acudió en el acto a mi llamada. Le indiqué que mirara hacia la dirección del curioso fenómeno natural. Tardó un tiempo hasta que ella también lo consiguió ver. ¡No es posible! Nuestras risas comenzaron al unísono, al punto que L. tuvo que pararse de la cama para ver qué ocurría, ya que no era risa sino una especie de gemido la que dábamos. Creo que nunca habíamos reído tanto en nuestras vidas.

Con la imagen de la estalactita en mi cabeza, me fui a acostar. Como todas las noches antes de dormir, LM. y yo nos quedamos un rato conversando. A LM. le gustaba abrir un poco la cortina de la pieza para mirar las estrellas. En esta ocasión, también abrió un poco la ventana para escuchar el sonido de la lluvia y del viento, sonidos que hasta el día de hoy vienen a mi memoria y, de seguro, a la de ella.