domingo, 5 de febrero de 2012

Memorias de un viaje de película. Parte IV y final.


Me desperté al sentir a LM. levantarse y vestirse rápidamente. "Me quedé dormida" me dijo. "Todavía alcanzo a ir a misa". Yo no sabía bien qué pasaba, aún tenía un poco de sueño. Seguí acostada hasta que sentí que L. salía del baño. Me asomé por la ventana, corría bastante viento con lluvia. Escuché que abajo M. le dijo a LM. que él la iba a dejar a la iglesia. 

Con la calma que me caracteriza, escogí la ropa que me pondría ese día de lluvia; luego, me duché y perfumé. Bajé a tomar desayuno. L. ya había comido, así que estaba en el netbook. Me preparó una tasa de té mientras yo cortaba un trozo del kuchen de frambuesa que compramos el día anterior. ¡Estaba increíble! Muy fresco y sabroso. Terminaba de tomar desayuno cuando llegó a la cocina MJ., hijo de M. y sobrino de LM. M. ya nos había dicho que su hijo regresaría de Viña del Mar a hacer su práctica. Nos saludamos y él siguió su camino hacia el lavaplatos. Comentamos unos asuntos con L. De pronto, sentí el timbre; fui a abrir la puerta: era LM. que ya había llegado de misa. "Tan pronto llegaste" le dije. "Sí, una hora duró la misa. A ratos estaba así" e hizo un gesto de sueño. Entramos a casa riendo. 

Reunidos todos en la cocina, comenzamos a realizar los preparativos para el almuerzo. M. nos había dicho que cuando llegara MJ. cocinaría bifé de chorizo con tocino. El día anterior ya habíamos comprado algunas cosas en el super, pues nosotras, además, quisimos que el bifé fuera a lo pobre con papas duquesas. Como faltaban algunas verduras, MJ., LM. y yo las fuimos a comprar. 

En la veguita, compramos limones, palta, duraznos, uvas y un melón calameño. MJ. compró las bebidas.

Una vez en casa, M. tenía todo preparado, listo para cocinar. Le pedimos que esperara una hora, pues aún no teníamos hambre. Él no se mostró muy de acuerdo, pero qué diablos, era minoría. Mientras conversábamos, a MJ. se le ocurrió que podía realizar un pequeño picadillo. Sirvió maní en un plato y a cada uno le ofreció algo de beber. Cuando fue mi turno, con mucha soltura y con una inocencia particular me dijo: "¿y tú ardilla?" (este es el sobrenombre que LM. me acuñó luego de dos anécdotas). La risa de L., LM. y yo se hizo sentir de inmediato. Fue como si mi nombre hubiera sido ardilla. "Pero si así te llaman todos desde que llegué" dijo. Y tenía razón, me llamaban "ardilla" o "ardi". Le pedí una Coca cola aún en medio de la risa.

M. sintió que ya habíamos esperado lo suficiente, así que comenzó a cocinar el bifé. Por su parte, MJ. puso las papas duquesas en el horno y se encargó de preparar la ensalada de lechuga con palta. L. preparó la ensalada de tomate. No recuerdo exactamente qué hicimos LM. y yo. Parece que conversábamos... en mi caso, lo mejor que sé hacer hasta ahora.

El aroma que salía de la cocina era dionisíaco. No hay palabras para describir la mixtura de aromas que emanaban de las ollas y del horno. Aún se me hace agua la boca cuando lo recuerdo.

Comenzaron a salir los platos y una vez que estuvieron todos listos, nos sentamos a la mesa. Cada uno estaba totalmente extasiado con los sabores diversos de la comida, realmente M. se lució como cocinero. Para beber había vino y bebida. Disfrutamos muchísimo el almuerzo.

En medio del festín, se gestó una conversación muy interesante. Hablamos de diversos temas, de los cuales MJ. protagonizó varios, pues, como pudimos apreciar, es un hombre bastante inquieto y reflexivo. Aprovechamos el pie de la conversación para planificar el resto de nuestro día. M. nos había dicho que podíamos visitar una parte de la carretera austral, así que le cobramos la palabra. A penas terminamos de comer, nos paramos de la mesa inmediatamente.

Salimos en medio de la lluvia. M. tomó el camino de la costanera y pudimos apreciar los cuatro cruceros que  habían llegado a la bahía de Puerto Montt. M. le insistió a L. para que tomara una foto.

Seguimos el camino por la costanera; pasamos por Pelluco y por otros lugares cuyos nombres no recuerdo.

El camino que comenzamos a recorrer era hermoso. A un lado el mar y, al otro, cerro y bosque. Todo lo que había alrededor era naturaleza silvestre; una que otra casa adornaba el entorno. En medio de ese paisaje, las fantasías que alguna vez imaginé cuando pequeña vinieron a mí: bosques, hadas, seres que habitan en las aguas, en los troncos, gnomos, etc. No pude evitar imaginar cómo sería mi vida en ese lugar.

Recorrimos un buen trecho hasta llegar a una localidad llamada Mitri, ahí nos devolvimos. Pasamos a una feria costumbrista que la junta de vecinos de ese lugar había organizado. Pudimos apreciar diversas comidas. El barro a ratos dificultaba el paso, pero seguíamos. De pronto, mientras caminábamos, dimos con los baños móviles que M. nos había mostrado hace dos días. Lo miramos con cara de sorpresa al tiempo que le dijimos: "¡Eso era! ¡Lo tenías todo fríamente calculado! ¡No das puntada sin hilo! Nos dio mucha risa, porque nos dimos cuenta de que hasta eso M. lo había pensado. Creo que nos sorprendimos de su rapidez mental. Terminamos de recorrer la feria y nos fuimos.

La carretera de regreso era aún más atractiva, ya que pasar dos veces por  el mismo lugar permite ver otros detalles del paisaje. Esta vez M. se desvío por un camino desconocido para nosotras; era un camino estrecho rodeado de árboles a los costados. Unos perros nos ladraron como si hubieran anunciado nuestra llegada.  M. detuvo el jeep frente a dos casas; su intención era visitar a unas personas para obtener firmas para el señor candidato a alcalde, pero no había nadie, así que tuvimos que marcharnos.

Fotografía: Luisa Campos Ponce.


No volvimos a tomar la carretera, sino que nos internamos por un camino que nos condujo al lugar más bello que he visto en mi vida hasta ahora: rodeada de colina boscosa, se situaba una lagunilla formada por agua del mar que estaba próximo a ella. Nos bajamos inmediatamente para contemplar la belleza del lugar. A penas se escuchaban unos pajarillos; el resto era silencio. Cerca de la orilla se encontraba un bote, nos subimos a él para sacarnos fotos.

Me aparté un momento para guardar ese instante en mi memoria y para escuchar detenidamente los sonidos que emergían de la naturaleza. Cerré los ojos y respiré profundamente. El viento me acariciaba el rostro y el canto de los pájaros sonaba en mis oídos como una tierna melodía. Hubiera querido permanecer así durante mucho tiempo, realmente quería ser parte de esa naturaleza. No sé cómo explicarlo. Mi sensación era de querer fundirme con ella y, de pronto, fui presa de una gran emoción.

Salí de aquel estado de contemplación cuando escuché que L. me llamaba. Ella estaba junto a M. y a LM. cerca del jeep; en cambio, MJ. estaba apoyado en el bote y yo cerca de la laguna. L. me dijo que posara junto a MJ. para una foto, y así lo hicimos. En seguida, me fui a otro lado de la laguna, pues allí se encontraba LM. lanzando piedras al agua. L. también llegó hacia nosotras y las tres comenzamos a lanzar piedras al mismo tiempo para que las ondas de agua se juntaran. Así estuvimos un buen rato hasta que M. nos llamó para que nos fuéramos. Como cábala para volver al lugar, LM. y yo lanzamos piedras de espalda a la laguna con la seria convicción de que volveremos. 

El lugar más bello. Fotografía: Luisa Campos Ponce.


Nos subimos al jeep y partimos. Regresamos a la casa de los conocidos de M., pues ya habían llegado. Ellos amablemente insistieron para que entráramos a su casa a beber café y nosotros accedimos. Nos sentamos en una mesa situada en el ala de que tenía vista al mar. Realmente la casa, construida sólo de madera con troncos de alerce al aire, era bellísima y más con la vista que tenía. Disfrutamos el café en torno a una interesante conversación con los dueños de casa. Paula, la esposa del amigo de M., nos contó sobre su experiencia profesional en la zona, lo que nos pareció demasiado interesante y motivador. Ya había pasado cerca de una hora, así que decidimos emprender marcha. Nos despedimos de las personas agradeciendo su generosidad y nos fuimos.

Cuando llegamos a Puerto Montt, MJ. nos preguntó si queríamos conocer un lugar místico. Evidentemente nosotras aceptamos, pues, además, era la hora de la puesta de sol. MJ. nos condujo hacia un cerro desde el cual se podía observar toda la ciudad. Claramente era un lugar místico. Me hubiera gustado tener en ese momento un cojín para sentarme durante horas a observar la lejanía del mar, pero como no era posible, guardé la imagen en el álbum de mis recuerdos. M. nos contó algunos episodios de su juventud, a propósito del lugar en el que estábamos; nos reímos bastante. 

Antes de irnos, LM. y yo nos quedamos en silencio para sentir la naturaleza. Permanecimos así por unos minutos y luego nos encaminamos al auto. En el camino reflexionamos sobre la importancia de vivir el presente desde todos los sentidos. 

Durante el almuerzo habíamos decidido que para cenar compraríamos sushi, así que del lugar místico nos fuimos a un delivery. Nos bajamos con la idea de cenar en el lugar, pero M. tuvo la buena idea de que mejor pidiéramos para llevar, pues estaríamos más cómodos en casa. 

Compramos bastantes rolls y nos fuimos. Al llegar a casa, pusimos la mesa y comenzamos a disfrutar de los rolls más gigantes y desarmados que podríamos haber comprado; era imposible llevárselos completamente a la boca sin que se partieran. Por supuesto, nos ocurrieron ciertos chascarros que nos hicieron reír largo rato. Fue una excelente velada.

Sabíamos que esa noche nos quedaríamos conversando hasta tarde, pues ahora contábamos con la presencia de MJ., y aunque al día siguiente teníamos que estar a las 12.00 pm. en el aeropuerto, nada nos inquietó esa noche. Conversamos temas muy interesantes. Me gustó mucho escuchar la opinión de todos, ya que dentro de la variedad, tenía un trasfondo muy social. Además, la lluvia y la música de ¡Tracy Chapman! le imprimían un aire muy de película a ese momento (ok. Tal vez en mi mente cinematográfica era así, pero ya saben… no puedo escapar de mi imaginación).

A las 3 am. decidimos que era buena hora para ir a dormir. Procuramos dejar arregladas las maletas para no tener inconvenientes al otro día. LM. y yo nos acostamos tipo 4.30 am., pero no conseguimos dormir hasta pasadas las cinco, ya que seguimos conversando y comentando nuestro día. Como de costumbre, LM. abrió un poco la ventana para escuchar el sonido de la lluvia. Esta vez ambas, en silencio, escuchamos de forma intensa, pues sabíamos que era la última noche de nuestro viaje.

Nos despertamos a las 10 am. La idea era esperar a M. listas cuando nos pasara a buscar. Nos duchamos, vestimos y desayunamos los últimos trozos del kuchen de  miga de frambuesa. Luego, aprovechamos de fumar un último cigarro en el quincho del patio, observando la lluvia. Sólo faltaban 20 min. para que M. pasara por nosotras, así que cada una, terminado el cigarro, se alistó e hizo los últimos arreglos.

Al fin, M. llegó. Las tres nos despedimos de E. y de MJ. Yo fui también donde las perritas Luna y Lunita, ya que no podía dejar de acariciarlas por última vez.

Así fue como en medio de la lluvia abandonamos Puerto Montt y nos encaminamos al aeropuerto. En el auto programé desde mi celular a Los Beatles, bajo una necesidad imperiosa de frenar la nostalgia que me provoca siempre dejar un lugar y personas que han despertado mi cariño.

En la entrada del aeropuerto nos despedimos cariñosamente de M. y le agradecimos infinitamente su hospitalidad, generosidad y simpatía. Le prometimos que cuando llegue a vivir a Santiago iremos al Mesón Nerudiano (o ¿Mesón de Juliano?).

Dentro del aeropuerto hicimos la fila para pasar nuestras maletas. Estábamos aún en la cola cuando se nos acerca una chica a decirnos que nos situáramos en una fila más expedita. Pasamos nuestras maletas sin ningún problema. A las 12.10 hrs. teníamos que estar en la puerta, así que con todo el relajo del mundo, fuimos a mirar una tienda y, luego, fumamos unos cigarros afuera del aeropuerto. De pronto, LM. tuvo la gran ocurrencia de preguntar la hora. Miré mi celular y marcaba las ¡12.40! “¡Oh, no!” dijimos al unísono y salimos corriendo. El avión salía en 10 min. No supimos cómo no nos dimos cuenta de la hora; parece que aún éramos presa de un relajo único. Embarcamos casi de las últimas. Esta vez yo me fui a la ventana, L. al medio y LM. al pasillo. Antes de que el avión partiera LM. nos entregó un obsequio a L. y a  mí. Las dos muy emocionadas agradecimos el gesto y abrimos nuestras bellas bolsitas de papel, que contenían: una hermosa postal plegable de Frutillar; un original imán de pingüino que decía “Puerto Montt”; para L. una mini polera de la zona y para mi unos bellos aros de macramé en tonos rosa. Agradecimos nuevamente a LM. el lindo recuerdo y nos abrochamos nuestros cinturones. El avión se elevó en el cielo.

Las tres sacamos nuestros libros para leer. A ratos compartíamos algunos pasajes que nos llamaban la atención, nos mirábamos emocionadas y retornábamos a la lectura. En ocasiones me gustaba mirar las nubes;  imaginaba que el paraíso debería ser algo muy similar a lo que vivimos esos cinco días en Puerto Montt: días de bellos encuentros, inundados de poesía, misticismo y  amistad. Cerré los ojos y agradecí a Dios por aquel regalo; luego, miré a mis amigas y, en medio de la paz única que se siente cuando se está en armonía con la vida, volví a la lectura. 

1 comentario:

  1. "Qué importa el tiempo sucesivo si en él hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde". J.L. Borges.

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