jueves, 21 de marzo de 2013

Alas de colibrí



Para tí... te amo.
Carmen Gloria


"Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí"
José Martí


Últimamente he pensado mucho en estas palabras de José Martí que descubrí a raíz de la canción "Alas de colibrí" de Silvio Rodríguez.  He pensado en las verdades elementales que dan sentido a nuestras vidas, que dan sentido a la humanidad y que, en particular, dan sentido a mi vida. Y en este viaje "hacia dentro" he llegado a la conclusión de que lo más importante en esta vida es amar y ser amado. Claro, ese amor no representa necesariamente a una persona, pues es un sentimiento infinito que nos inunda cuando tomamos conciencia de que antes de nacer ya hemos sido amados por otra persona; que alguien nos quiso así, tal cuales, desde el inicio. Para mí esa primera verdad es Dios y cuando descubrí que Él me había amado primero comenzó mi gratitud hacia las cosas, hacia la vida; un amor que no es egoísta, si no que desea amar desde la libertad y desde la alegría. Mi segunda verdad es compartir ese amor con el mundo, en cada instante y con cualquier ser vivo. Por supuesto que este no es un camino fácil, al contrario, está lleno de pruebas y de momentos en que nos sentimos desafiados y como si tuviéramos un espejo en frente nos miramos y re-conocemos; pero supongo que la gracia de la vida es esta: poder enfrentar cada día como una invitación a amar.


Por ahí pensaba también en este pequeño colibrí - que en el español de Chile se llama picaflor -, un animal frágil y pequeño, que mueve sus alas mil veces por segundo... Bueno, en esas pequeñas alas, según Martí, caben estas verdades elementales: "un partido de sueños" como dice Silvio, "talleres donde reparar alas de colibries" (por si se nos ha olvidado lo que nos mueve intrínsecamente); alas en donde se admite la dignidad de toda persona, incluso de "esa crítica masa de Dios que no es pos ni moderna" (porque no se puede simplemente explicar quien es Dios desde ninguna teoría moderna ni posmoderna); "pueblos sin hogar" (como Israel, aunque hoy esté causando paradójicamente tantas miserias al pueblo palestino); "una mano bien apretada" (¡y cómo no tiene precio una mano bien apretada que te acompaña por las calles!); una "asamblea de flores marchitas" (que no por marchitas dejan de ser flores); en fin, "alas de colibrí para la cura" (¡y cómo curan!).

Por último, debo añadir que no tiene precio en esta vida que alguien te ame tal como tú  lo amas. Y no tiene precio en verdad pues, aunque fuera por una fracción de segundo, experimentar un amor correspondido es haber vivido. Si hoy se terminara mi vida sentiría que realmente valió la pena existir, pues mi corazón comprende que estamos realmente hechos para esto y, por ello, este se siente en paz y en completa libertad... como un ala de colibrí.






domingo, 17 de marzo de 2013

Sin palabras pero con ellas

Hace un tiempo he notado que me he ido quedando sin palabras. Como dice Daniel Quinn en Ismael y la salvación de la tierra: "Hay momentos en que tener demasiado que decir puede dejar tan sin habla como el hecho de tener demasiado poco"... y es cierto. Parece ser que las experiencias que más me conmueven día a día merecen poco comentario y mucha más reflexión, pero de esa de verdad, de la que va directo al corazón y que se vale de la razón para poder comprender cuál es su sentido. Antes me pasaba que todo lo que veía estaba sujeto a mi palabra, como si el mundo pudiera ser traspasado por los significados que yo le otorgaba, hasta que la misma realidad se encargó de enseñarme que a veces es preferible observar y escuchar, sin intervenir necesariamente. Escuchar en el verdadero sentido: tratando de comprender lo que la otra persona quiere decir, desde dónde lo entiende y qué está tratando de expresarme. Para quien siempre ha parloteado, acercarse bajo este presupuesto a las demás personas no es nada sencillo, pues constantemente está la tentación de querer modificar la realidad tal como me gustaría que fuera, cayendo en el error de dejar a la vida sin su trabajo. 

Desde entonces he llegado a pensar que el mejor lenguaje son los ojos, pues estos transmiten la verdadera esencia que nos mueve, la emoción real, el fulgor de algo que se siente y que puede ser arruinado cuando se etiqueta, después de todo, las palabras no son más que conceptos con los que tratamos de abarcar y de dar sentido a lo que nos rodea. Sin embargo, bien sabemos que las palabras no alcanzan cuando se desea expresar lo... inefable. Últimamente me ha pasado bastante, querer expresar algo que me conmueve profundamente, pero que mis labios no pueden llegar a articular, tal vez por temor a que la otra persona no entienda o no alcance a dimensionar la profundidad de lo que estoy diciendo, o bien, el temor a abrir mi corazón, a dejarlo en descubierto. 

Quizá el lenguaje verbal muta a la vez que la vida se transforma y uno va aprendiendo a comunicar ciertas emociones y pensamientos en el momento adecuado. Y, tal vez, aprender a relacionarse con el silencio es parte de una vida en las que las cosas te golpean de forma distinta. Aceptarlo y aceptarse pueden ser el primero paso. 

jueves, 14 de marzo de 2013

El saludo y la sonrisa


Iba Andrés caminando rápidamente por las calles de su población, rumbo a su tercera clase de la universidad, alegre de que después de muchos esfuerzos al fin haya logrado entrar a la carrera que quería. De pronto, a lo lejos divisó a Doña Anita, la vieja vecina que lo acogió como a un hijo cuando su madre murió". Que le vaya bien, mijo" - le dijo la mujer mientras cruzaba la calle para darle un beso en la frente, aquel beso que cariñosamente le daba día a día cada vez que su Andresito salía de la casa en la que vivía con su padre. Andrés devolvió el gesto con una dulce sonrisa. "Gracias doña Anita, hoy llego a almorzar". El joven y la vieja mujer se alejaron, él a su estudio y ella a su casa, convencidos de que aquel día sería el mejor, más aún luego de aquel saludo y de aquella sonrisa.