Hace un tiempo he notado que me he ido quedando sin palabras. Como dice Daniel Quinn en Ismael y la salvación de la tierra: "Hay momentos en que tener demasiado que decir puede dejar tan sin habla como el hecho de tener demasiado poco"... y es cierto. Parece ser que las experiencias que más me conmueven día a día merecen poco comentario y mucha más reflexión, pero de esa de verdad, de la que va directo al corazón y que se vale de la razón para poder comprender cuál es su sentido. Antes me pasaba que todo lo que veía estaba sujeto a mi palabra, como si el mundo pudiera ser traspasado por los significados que yo le otorgaba, hasta que la misma realidad se encargó de enseñarme que a veces es preferible observar y escuchar, sin intervenir necesariamente. Escuchar en el verdadero sentido: tratando de comprender lo que la otra persona quiere decir, desde dónde lo entiende y qué está tratando de expresarme. Para quien siempre ha parloteado, acercarse bajo este presupuesto a las demás personas no es nada sencillo, pues constantemente está la tentación de querer modificar la realidad tal como me gustaría que fuera, cayendo en el error de dejar a la vida sin su trabajo.
Desde entonces he llegado a pensar que el mejor lenguaje son los ojos, pues estos transmiten la verdadera esencia que nos mueve, la emoción real, el fulgor de algo que se siente y que puede ser arruinado cuando se etiqueta, después de todo, las palabras no son más que conceptos con los que tratamos de abarcar y de dar sentido a lo que nos rodea. Sin embargo, bien sabemos que las palabras no alcanzan cuando se desea expresar lo... inefable. Últimamente me ha pasado bastante, querer expresar algo que me conmueve profundamente, pero que mis labios no pueden llegar a articular, tal vez por temor a que la otra persona no entienda o no alcance a dimensionar la profundidad de lo que estoy diciendo, o bien, el temor a abrir mi corazón, a dejarlo en descubierto.
Quizá el lenguaje verbal muta a la vez que la vida se transforma y uno va aprendiendo a comunicar ciertas emociones y pensamientos en el momento adecuado. Y, tal vez, aprender a relacionarse con el silencio es parte de una vida en las que las cosas te golpean de forma distinta. Aceptarlo y aceptarse pueden ser el primero paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario