Cuando comienzas a entender ciertas verdades fundamentales, es imposible volver a mirar el mundo con los mismos ojos. Todo tiene un color, un aroma, un sonido diferente, que lo distingue de otro ser. Comienza la novedad, la maravilla, se retorna a una inocencia primitiva que mira el mundo con los ojos de un niño. Todo es orgánico, cósmico. Miras una hoja y no te parece distinta de tu cuerpo. Ves que un árbol también tiene extremidades. Miras el cielo y ves que las estrellas funcionan como tus neuronas. Todo, absolutamente todo es uno. Luego, comienzas a entender que hay una causa, un motor que genera que todo permanezca en armonía. Todo tiene una razón de ser, pero la maravilla, al parecer, está en no acceder a esa razón. Es entregarse a esa voluntad mayor confiando que como ser de bondad te va a dar lo que estés preparado para vivir. No podría ser de otra manera.
martes, 17 de enero de 2012
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