martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad



Un abrazo de amigos que no se ven hace tiempo,
la sonrisa de un niño jugando con su padre,
cuatro jóvenes cantando un villancico en la calle,
una pareja trotando en el parque,
un desayuno entre colegas,
amigos compartiendo unas galletas,
una tarjeta con buenos deseos,
un joven que cede su asiento,
un trabajador que saluda amablemente a las personas,
un conductor de la micro que espera a un pasajero,
un vendedor que devuelve dinero a su cliente,
un mimo entregando flores en una esquina,
una cena familiar,
una niña recogiendo a un perro,
una joven ayudando a una anciana a cruzar la calle,
una conversación casual en el metro,
un dulce de regalo,
una llamada inesperada,
un mensaje de paz,
el nacimiento de un bebé,
una mirada tierna,
un beso en la mejilla,
una caricia en el pelo
un cálido abrazo.






 

sábado, 23 de noviembre de 2013

Pocas palabras


Ya han pasado meses que no me ha salido palabra digna de ser fijada en un escrito. Desde hace meses que parece que me hubiera silenciado ante el mundo, como si este no me dijera absolutamente nada. ¿Será posible que la musa de la palabra se haya olvidado de mi puerta? ¿Será que olvidé darle mi nueva dirección? Es posible, siempre olvido muchas cosas. 

Es extraño pararme ante el mundo sin querer atraparlo en una palabra, ya que este ha sido mi estado natural desde que tengo memoria: querer nombrarlo todo y no conforme con ello, tratar además juzgarlo. Por ello, cuando ocurre algún acontecimiento que me silencia me siento desconcertada, torpe y poco natural. Creo que esto me pasa hace meses y no sé si es para bien o para mal, pero el hecho es que me preocupa. 

Me preocupa que las cosas puedan estar pasando delante de mis ojos y que no me hagan eco interior, que no queden en mi mente dando vueltas a tal punto de tener que recurrir al papel y al lápiz para dejar de pensar en ellas; me preocupa que pueda estar asumiendo posturas de otros y que esas ideas que no eran mías estén calando más profundo que las que sí lo eran; me preocupa estar transformándome en una persona acomodaticia, que abandona su pasión y deseos por un proyecto más tranquilo y confortable. 

El quedarse sin palabras puede ser algo sintomático, que revela procesos internos poderosos, que poco a poco toman forma. ¿Cómo poder averiguarlo? ¿Cómo poder equilibrar las nuevas experiencias que vivo con los ideales que habitan en lo más profundo de mi corazón? ¿O será que la misma vida va dando la pauta? Como sea, no queda más alternativa (¿o sí?) que seguir caminando, que seguir observando y experimentando lo que la vida me pone delante, por más complejo e inquietante que sea. 

A veces pienso que me gustaría cambiar mi vida completamente e ir detrás de aquello que me apasiona, pero tengo que estar dispuesta a pagar el precio, que en mi caso sería bastante alto. Además, pienso que este tipo de decisiones emergen de lo más visceral y romántico de mi ser, fruto de un contexto que no me hace feliz completamente y, por ende, siento el impulso de huir de eso.

Alguna vez un Maestro me dijo: 30% hacia afuera y 70% hacia dentro. ¿Será que estoy en mi 70%?




domingo, 11 de agosto de 2013

El magnolio



Hoy vi un magnolio en flor y me sentí feliz, ya que me hizo recordar el episodio de la mariposa que hace un año tuve en mi ventana. Esa mariposa amiga que me enseñó muchas lecciones con su transformación de oruga a mariposa y que, finalmente, terminó sus días posada en la rama de aquel bello árbol.

Mientras observaba el magnolio, pensaba qué gran árbol es. Por un lado, es perenne: resiste todas las estaciones del año por muy duras que sean, ya que bien sabe que cada estación le aporta lo que necesita para ese momento y gentilmente se deja transformar por cada una de ellas. Por otro lado, exhibe sus flores cerca de la primavera y únicamente por un tiempo breve. Es decir, guarda lo mejor de sí para compartirlo con los demás seres cuando la naturaleza completa comienza a renacer y a salir de su hibernación.  Por ello, este árbol es un espectáculo de belleza y ejemplo de resiliencia. Y así como él se entrega, la misma naturaleza reconoce su labor en la cadena, ya que como especie está presente en todo el mundo, bajo diversos colores y diversas formas, lo que permite que su belleza sea irradiada en donde sea que se encuentre.

Realmente admiro al magnolio, pues en silencio va dejando huella en todo su alrededor, donde nace o donde es sembrado. Adorna todos los lugares con su hermosa flor y es capaz de generar admiración donde sea que esté, pues aún en esos días lluviosos de fines de invierno, su belleza y simpleza nos recuerdan lo más inocente de la vida.


domingo, 9 de junio de 2013

Vientos de cambio




Transformación es la primera palabra que se viene a mi mente cuando pienso en el otoño. Es cierto que todo siempre está cambiando, pero al observar a las hojas de los árboles cambiar de color, luego caerse, permanecer en el suelo y finalmente fusionarse con la tierra, no puedo evitar pensar aún más en que todo muta a su debido tiempo. Es más, para que algo nazca primero tiene que haber una muerte.  Pareciera ser que todo lo nuevo siempre nace desde la tierra y si lo llevamos a un terreno más humano, todo lo que pasa en nuestro interior ocurre mediante ciclos que nos dan muerte y, luego, vida.

Este último tiempo ha sido especialmente difícil. Los cambios llegan a mí sin estar necesariamente preparada o, tal vez, es necesario que lleguen para que "la tierra" quede lista para la siembra. Pienso en esta etapa de mi historia, cuando estoy eligiendo y creando mi propio proyecto de vida, y siento que jamás pasé por un momento como este, lo que me alivia desde la perspectiva de lo nuevo, pero a su vez, me produce mucho miedo, porque es una apuesta, un salto a ciegas. Ahora bien, esto último tampoco lo juzgo (por lo menos ya no, después de harto esfuerzo), porque justamente se presenta el desafío de creer más que nunca en la fuerza de la vida, en el proyecto y misión que hay reservado para mi en alguna parte de este planeta. Esta fe en la vida, en Dios, es al mismo tiempo esperanza: creer en que la vida nos sitúa en circunstancias que nos remecerán y que tarde o temprano nos conducirán a puerto, siempre y cuando "uno ponga los medios". 

En estos momentos me siento como esa hoja que se ha desprendido del árbol y que comienza a caer, luego de haber cumplido un ciclo y que está pronta a llegar a la Tierra, a esa gran madre que se encarga de las transformaciones de todo lo que habita sobre ella. Solo pido tener la lucidez de vivir este nuevo ciclo con gran inocencia, con mucha alegría y, sobre todo,con sencillez, disfrutando cada momento sabiendo que es el único que tendré y confiando plenamente en que este es el lugar preciso en el que tengo que estar, tal como aquella pequeña hoja que se entrega pacientemente al espíritu del viento.



miércoles, 10 de abril de 2013

Un anciano y su perro


Mientras los transeúntes seguían el ritmo de la ciudad, un anciano observaba la calle en compañía de su fiel amigo poodle. Sus pensamientos iban y venían, distraído por el movimiento que la noche tenía. El anciano esperaba paciente a que algo inesperado ocurriera, a que un evento rompiera esa rutina diaria que a veces lo agobiaba. 

De pronto, un hombre bajó la reja de una galería que se encontraba frente al anciano y el perro comenzó a ladrar de forma estrepitosa. En ese mismo instante, mientras el motudo animal ladraba, una risa espontánea surgió de la boca de su amo y así pasaron varios minutos hasta que éste se puso de pie y comenzó a caminar por Tenderini rumbo a casa. 

Mientras iba a paso lento, el añoso hombre no pudo dejar de sentirse agradecido por la reacción de su compañero, ya que, de no ser por su ladrido, todo hubiera seguido igual en aquella ciudad de inercia.

jueves, 21 de marzo de 2013

Alas de colibrí



Para tí... te amo.
Carmen Gloria


"Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí"
José Martí


Últimamente he pensado mucho en estas palabras de José Martí que descubrí a raíz de la canción "Alas de colibrí" de Silvio Rodríguez.  He pensado en las verdades elementales que dan sentido a nuestras vidas, que dan sentido a la humanidad y que, en particular, dan sentido a mi vida. Y en este viaje "hacia dentro" he llegado a la conclusión de que lo más importante en esta vida es amar y ser amado. Claro, ese amor no representa necesariamente a una persona, pues es un sentimiento infinito que nos inunda cuando tomamos conciencia de que antes de nacer ya hemos sido amados por otra persona; que alguien nos quiso así, tal cuales, desde el inicio. Para mí esa primera verdad es Dios y cuando descubrí que Él me había amado primero comenzó mi gratitud hacia las cosas, hacia la vida; un amor que no es egoísta, si no que desea amar desde la libertad y desde la alegría. Mi segunda verdad es compartir ese amor con el mundo, en cada instante y con cualquier ser vivo. Por supuesto que este no es un camino fácil, al contrario, está lleno de pruebas y de momentos en que nos sentimos desafiados y como si tuviéramos un espejo en frente nos miramos y re-conocemos; pero supongo que la gracia de la vida es esta: poder enfrentar cada día como una invitación a amar.


Por ahí pensaba también en este pequeño colibrí - que en el español de Chile se llama picaflor -, un animal frágil y pequeño, que mueve sus alas mil veces por segundo... Bueno, en esas pequeñas alas, según Martí, caben estas verdades elementales: "un partido de sueños" como dice Silvio, "talleres donde reparar alas de colibries" (por si se nos ha olvidado lo que nos mueve intrínsecamente); alas en donde se admite la dignidad de toda persona, incluso de "esa crítica masa de Dios que no es pos ni moderna" (porque no se puede simplemente explicar quien es Dios desde ninguna teoría moderna ni posmoderna); "pueblos sin hogar" (como Israel, aunque hoy esté causando paradójicamente tantas miserias al pueblo palestino); "una mano bien apretada" (¡y cómo no tiene precio una mano bien apretada que te acompaña por las calles!); una "asamblea de flores marchitas" (que no por marchitas dejan de ser flores); en fin, "alas de colibrí para la cura" (¡y cómo curan!).

Por último, debo añadir que no tiene precio en esta vida que alguien te ame tal como tú  lo amas. Y no tiene precio en verdad pues, aunque fuera por una fracción de segundo, experimentar un amor correspondido es haber vivido. Si hoy se terminara mi vida sentiría que realmente valió la pena existir, pues mi corazón comprende que estamos realmente hechos para esto y, por ello, este se siente en paz y en completa libertad... como un ala de colibrí.






domingo, 17 de marzo de 2013

Sin palabras pero con ellas

Hace un tiempo he notado que me he ido quedando sin palabras. Como dice Daniel Quinn en Ismael y la salvación de la tierra: "Hay momentos en que tener demasiado que decir puede dejar tan sin habla como el hecho de tener demasiado poco"... y es cierto. Parece ser que las experiencias que más me conmueven día a día merecen poco comentario y mucha más reflexión, pero de esa de verdad, de la que va directo al corazón y que se vale de la razón para poder comprender cuál es su sentido. Antes me pasaba que todo lo que veía estaba sujeto a mi palabra, como si el mundo pudiera ser traspasado por los significados que yo le otorgaba, hasta que la misma realidad se encargó de enseñarme que a veces es preferible observar y escuchar, sin intervenir necesariamente. Escuchar en el verdadero sentido: tratando de comprender lo que la otra persona quiere decir, desde dónde lo entiende y qué está tratando de expresarme. Para quien siempre ha parloteado, acercarse bajo este presupuesto a las demás personas no es nada sencillo, pues constantemente está la tentación de querer modificar la realidad tal como me gustaría que fuera, cayendo en el error de dejar a la vida sin su trabajo. 

Desde entonces he llegado a pensar que el mejor lenguaje son los ojos, pues estos transmiten la verdadera esencia que nos mueve, la emoción real, el fulgor de algo que se siente y que puede ser arruinado cuando se etiqueta, después de todo, las palabras no son más que conceptos con los que tratamos de abarcar y de dar sentido a lo que nos rodea. Sin embargo, bien sabemos que las palabras no alcanzan cuando se desea expresar lo... inefable. Últimamente me ha pasado bastante, querer expresar algo que me conmueve profundamente, pero que mis labios no pueden llegar a articular, tal vez por temor a que la otra persona no entienda o no alcance a dimensionar la profundidad de lo que estoy diciendo, o bien, el temor a abrir mi corazón, a dejarlo en descubierto. 

Quizá el lenguaje verbal muta a la vez que la vida se transforma y uno va aprendiendo a comunicar ciertas emociones y pensamientos en el momento adecuado. Y, tal vez, aprender a relacionarse con el silencio es parte de una vida en las que las cosas te golpean de forma distinta. Aceptarlo y aceptarse pueden ser el primero paso. 

jueves, 14 de marzo de 2013

El saludo y la sonrisa


Iba Andrés caminando rápidamente por las calles de su población, rumbo a su tercera clase de la universidad, alegre de que después de muchos esfuerzos al fin haya logrado entrar a la carrera que quería. De pronto, a lo lejos divisó a Doña Anita, la vieja vecina que lo acogió como a un hijo cuando su madre murió". Que le vaya bien, mijo" - le dijo la mujer mientras cruzaba la calle para darle un beso en la frente, aquel beso que cariñosamente le daba día a día cada vez que su Andresito salía de la casa en la que vivía con su padre. Andrés devolvió el gesto con una dulce sonrisa. "Gracias doña Anita, hoy llego a almorzar". El joven y la vieja mujer se alejaron, él a su estudio y ella a su casa, convencidos de que aquel día sería el mejor, más aún luego de aquel saludo y de aquella sonrisa.


sábado, 23 de febrero de 2013

Pequeños gestos


Hoy mientras viajaba en metro vi una escena conmovedora: un bebé en brazos de sus padres reía lleno de nervios porque un abuelo que estaba en la puerta del tren lo saludaba. Mientras observaba la bella imagen pensaba en lo maravillosa que es la vida, en cómo se desenvuelve de forma misteriosa en cada una de nuestras etapas, proporcionándonos las enseñanzas y las experiencias que nos corresponden vivir en el momento indicado. También pensaba en cómo a medida que pasa el tiempo somos más conscientes del regalo que se nos ofrece a cada instante: disfrutar de los pequeños gestos en los que fluye realmente nuestra esencia, aquellos detalles que nos inundan y que nos causan un profundo eco interior... un sentido que sólo puede provenir de la experiencia de amor gratuito con las demás personas.