Hoy vi un magnolio en flor y me sentí feliz, ya que me hizo recordar el episodio de la mariposa que hace un año tuve en mi ventana. Esa mariposa amiga que me enseñó muchas lecciones con su transformación de oruga a mariposa y que, finalmente, terminó sus días posada en la rama de aquel bello árbol.
Mientras observaba el magnolio, pensaba qué gran árbol es. Por un lado, es perenne: resiste todas las estaciones del año por muy duras que sean, ya que bien sabe que cada estación le aporta lo que necesita para ese momento y gentilmente se deja transformar por cada una de ellas. Por otro lado, exhibe sus flores cerca de la primavera y únicamente por un tiempo breve. Es decir, guarda lo mejor de sí para compartirlo con los demás seres cuando la naturaleza completa comienza a renacer y a salir de su hibernación. Por ello, este árbol es un espectáculo de belleza y ejemplo de resiliencia. Y así como él se entrega, la misma naturaleza reconoce su labor en la cadena, ya que como especie está presente en todo el mundo, bajo diversos colores y diversas formas, lo que permite que su belleza sea irradiada en donde sea que se encuentre.
Realmente admiro al magnolio, pues en silencio va dejando huella en todo su alrededor, donde nace o donde es sembrado. Adorna todos los lugares con su hermosa flor y es capaz de generar admiración donde sea que esté, pues aún en esos días lluviosos de fines de invierno, su belleza y simpleza nos recuerdan lo más inocente de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario