Había fiesta fuera de mi departamento y yo quería dormir. En realidad, necesitaba dormir. Terminada mi paciencia, decidí asomarme por la ventana. Dí un grito estruendoso y fiero: ¡Silenciooooo! Todos se volvieron hacia mí, estupefactos, mientras sus bocas se cerraban y sus ojos se abrían. Comenzaron a caer de sus manos las copas y cigarrillos que segundos antes degustaban y repentinamente fueron desapareciendo una a una las siluetas de quienes antes gritaban de júbilo. Ahora sólo parecían sombras petrificadas por la potencia de mi voz que todos habrían escuchado si, en realidad, me hubiese asomado por la ventana.
Autora: Luciérnaga, nueva colaboradora de este blog.
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