lunes, 1 de agosto de 2011
Los vecinos, los maestros
"Mi punto de comienzo es la creencia de que, de una forma u otra, todos somos una extensión de la historia del otro. El querer aprender acerca de nuestros vecinos es también el deseo de aprender acerca de nosotros mismos".
Loreena Mckennitt.
Me gustan mucho estas palabras de Loreena Mckennitt. Cada vez que las leo pienso en los maestros ("vecinos" los llama Loreena) que he tenido a lo largo de mi vida y descubro que lo que tienen en común estas personas es haberme enseñado cosas que, directamente, provocaron una transformación en mi interior... una transformación que me llevó a conocerme. Aclaro que con la palabra "maestro" no sólo me refiero a alguien que pudo enseñarme un conocimiento disciplinar, sino que me tomó de la mano y me guió hacia el sendero del aprendiz... aquel sendero que nunca termina y que siempre nos transforma.
Recuerdo los primeros maestros que he tenido en mi vida: mis padres (y hermanos), las dos hermosas personas que me dieron la vida y que fundaron mis valores como ser humano. A ellos les debo todo. En realidad, no les debo nada, pues me lo han dado todo y lo que se regala se hace por amor, sin esperar recibir nada a cambio.
Luego, pienso en mis profes del colegio y sólo recuerdo algunos rostros: tres para ser más exacta. Esas tres personas tuvieron en común el amor por la enseñanza y por hacer de nosotras, sus alumnas, personas más conscientes de la "realidad" y de la importancia del servicio.
Ahora bien, si la etapa escolar fue importante para mi, nada se compara con la experiencia vivida en la universidad. Cada día que pasa confirmo que mi primera
carrera no podría haber sido otra que LETRAS... qué hermosa carrera! Letras significó para mi, gráficamente, abrirme el cerebro y el alma a la belleza de las humanidades, a la pregunta por el ser humano y por el lenguaje. Letras me entregó la formación profesional y ética... fue mi maestra. Por supuesto que el camino fue conducido por profes admirables, pero, en mi caso, fueron tres los más significativos. Verdaderos maestros: uno lingüista, otra literata y, por último, el filósofo. EL FILÓSOFO. Aquel que me tomó de la mano y no sólo me guió por la senda, sino que me sacó de ella, me remeció, me empujó, me sacudió; luego me hizo llorar, me hizo reír y me hizo cuestionarme infinitamente... infinitamente. Él es mi maestro. Lo declaré hace muchos años, cuando lo vi por primera vez, con su forma particular de vestir, hablar y actuar.
Asimismo, pienso en mi pololo y en mis amigos. Al primero lo llamo "mi budita" y con eso lo digo todo. No hay palabras para describir el sendero que he recorrido junto a ese hombre. Los segundos son mi pilar afectivo de primera. El sostén de mi vida que la inunda de felicidad y amor.
Más adelante, llegó la danza y desde entonces no he parado de conocer a personas maravillosas, que me han mostrado una faceta de mi que no conocía. La danza me ha sacado de mi siempre terreno seguro- el intelecto- y me ha conducido a explorar mi cuerpo y las posibilidades que éste me entrega. Hasta ahora me he encontrado con grandes maestros. Sí, maestros y maestras, y lo digo sin ningún prejuicio y temor, pues tal vez no lo sean para los demás, pero sí para mi y eso hace la diferencia. Estas personas me han enseñado a mirarme con ternura y amor, me han mostrado que la gracia de la vida está en amar lo que se hace y pasarlo bien en todo momento. Pero, sobre todo, me han enseñado que lo más importante es siempre seguir aprendiendo, nunca darme por vencida y nunca perder la humildad. Ellos son unos grandes, pero cuando me enseñan son los más pequeños... y eso me encanta!!! Junto a ellos no me da temor preguntar, ni equivocarme; todo lo contrario, siempre quiero errar para poder escuchar lo que me tienen que decir, siempre quiero preguntarles para impregnarme de sus enseñanzas. Ellos saben quienes son... por eso, muchas gracias. Como dice el filósofo: agradecer, admirar y aprender. Ellos para mi siempre conjugan esta triple A.
Por último, tarde o temprano llegó el mundo laboral de la pedagogía. Claro, para eso también decidí estudiarla después de Letras... y ésta sí que ha sido la experiencia de aprendizaje más impactante. Ella no ha tenido piedad. La pedagogía me ha enseñado de golpe, sin atenuaciones ni cariñitos. Por un lado, he aprendido de los grandes, de aquellos colegas que me acompañan diariamente y que me contienen cuando río o lloro. Ellos me enseñan todos los días algo nuevo. Por otro lado, están mis estudiantes. Y aquí vuelvo a la cita de Loreena Mckennitt para decir que el mejor de los espejos han sido ellos, quienes me han obligado a mirar mi interior y escarbarlo hasta encontrar su raíz. Es increíble comprobar, día a día, que mis estudiantes son los mejores maestros que he podido encontrar, pues han puesto a prueba mi amor por la profesión, mi tolerancia, mi ética, mis ideales, mis enseñanzas, mis aprendizajes, mis métodos, mis decisiones, mi forma de ser... en fin, TODO. Así es cada día.
A veces me pregunto si vale la pena seguir por este sendero de la enseñanza/aprendizaje, que se forja en la paciencia y en la resiliencia... y la respuesta es sí. Mil veces sí. Por supuesto que el camino es más lento y tiene bastantes inconvenientes, pero la confirmación llega cada vez que entrego una sonrisa a mis maestros o que, al revés, ellos me dan una... Aquella confirmación y extraña alegría que experimentamos cuando hemos dado algo a otra persona... Algunos lo han llamado servicio, otros felicidad. Por ahí hay sujetos que creen que son lo mismo, y otros que creen que es pura locura.
No obstante, más allá de las etiquetas y de las certezas que no son certezas sino saltos a ciegas, lo importante es conocerse y saber donde descansa en paz el corazón. Y si existe alguien capaz de ayudarnos a descubrir eso, ése es el maestro (de ahí la importante consigna griega: Conócete a ti mismo).
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