martes, 12 de octubre de 2010

El miedo y la danza

Si el miedo me llenó de infelicidad en la niñez, multiplicó en cambio las posibilidades de mi imaginación y me llevó a exorcizarlo a través de la palabra; contra mi propio miedo inventé el miedo para otros, aunque
está por verse si los otros me lo han agradecido. En todo caso creo que un mundo sin miedo sería un mundo demasiado seguro de sí mismo. Desconfío de los que afirman nunca haber tenido miedo; o mienten, o son robots, y hay que ver el miedo que me dan a mí los robots. Julio Cortázar.


Hay ocasiones en que el miedo se convierte en el mejor aliado para permanecer inmóviles, disculpados de todo impulso que genere movimiento. En otras, se convierte en un fantasma que siempre pena cuando todo parece iluminarse.
Confieso que he sentido mucho miedo en mi vida, de hecho, creo que siempre ha sido mi copiloto. Quizá es por aquella inseguridad, ingrata compañera, que constantemente me visita o por aquellas experiencias inéditas que me quitaron una gran cuota de certeza sobre lo que esperaba de mi futuro. Y así como las palabras exorcizan ciertos temores, como fue el caso de mi querido Julio Cortázar, la danza ha sido para mí la mejor medicina; ella me ha enseñado a "cabalgar sobre el viento", a empaparme de vida y a dejar atrás muchos miedos e inseguridades. La danza me ha enseñado a convencerme de que para aprender una técnica se requiere tiempo, disciplina y voluntad, y, más aún, que para danzar debo escuchar mi corazón y verme con los ojos del alma. Es recién ahí cuando no existe el pasado, no existe el futuro... sólo un movimiento en el presente, un movimiento que fluye como un río y que se funde con lo más hondo de mi existencia hasta desaparecer y volver a nacer, dejando atrás todo juicio sobre mi.

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