Con el tiempo he aprendido a querer el invierno. Antes, me disgustaba la lluvia, los días nublados, el frío, los árboles sin hojas, pues me generaban una gran tristeza.
Antes yo huía de la tristeza y del dolor. Sin embargo, como la vida nos enseña cosas en su justo tiempo, hace unos meses fue mi turno. La vida me mostró el dolor, la tristeza infinita que se siente cuando se va alguien que amas. En un comienzo no quería aceptar la invitación de la vida, el dolor me ponía en un estado de incomodidad interior que no quería. Cuando ya no pude huir más, decidí aceptar; aceptar que en ese estado no me quedaba otra alternativa que volcarme hacia mi misma, tal como ocurre en invierno: los seres nos resguardamos al interior de nuestros hogares.
Las cosas que he descubierto desde entonces han sido maravillosas. Ahora entiendo las palabras de muchos sabios que han dicho que el dolor es un maestro... no puede haber crecimiento si no se sufre, si no hay un invierno. Nada sobre esta Tierra se renovaría si no existiera esa época en la que toda la energía se concentra en las raíces, para luego florecer en primavera. El invierno realmente es poderoso, es un momento en que toda la energía de los seres comienza a concentrarse en un punto, las raíces comienzan a conservar la energía que circulará en los próximos meses. ¿Por qué nosotros íbamos a quedar fuera de este ciclo?